Contrario a lo que se piensa, el estrés no es una enfermedad
que sólo aqueja a los adultos. Se trata de un mal ineludible que experimentan
las personas de todas las edades, ya que es provocado por circunstancias que requieren
adaptación por parte del individuo y que a su vez crean una alteración
emocional y/o física negativa. Aunque el estrés que padece un niño puede
parecer insignificante para los adultos, sí es capaz de afectar la manera en
que los infantes piensan, actúan y sienten.
Por lo general, los niños tienden a reflejar la realidad que les
proporcionamos los adultos, reflejan lo que ven a su alrededor. No es de
extrañar que tu pequeño sea víctima de tu propio estrés, de tu propia
depresión. Si quieres conocer una cura eficaz y natural al estrés entonces
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DESAFÍOS A LA MEDIDA. No existe un único factor causante del estrés y mucho menos una
respuesta única en todos los infantes. Ante el nacimiento de un nuevo
hermanito, un niño puede presentar incapacidad para
controlar esfínteres,
mientras que en otro caso es posible que aparezcan conductas agresivas. La
reacción de cada niño obedece al grado de vulnerabilidad conformado por los
recursos personales y ambientales de los que dispone como individuo. Los
primeros se refieren a la edad, sexo, habilidades sociales, autoestima, entre
otros. Los segundos tienen que ver con el nivel socioeconómico, ambiente
familiar o estilos de crianza. La capacidad de enfrentar situaciones amenazantes varía en cada niño. Por eso, es imposible establecer una relación fija entre el agente causante del estrés y la reacción que provoca, ya que ésta puede ir desde el extremo de la adaptación hasta el polo opuesto de la desadaptación ante los requerimientos del medio. La experiencia previa, la educación y el apoyo que reciba el niño permiten que el pequeño responda de forma apropiada y cambie cuando las circunstancias lo exijan.
ALERTA AL CAMBIO. Lo más probable es que
los niños no se den cuenta de que están estresados. Son sus representantes
quienes deben estar atentos a cualquier trastorno en la conducta o alteración
del estado físico del pequeño, especialmente si se ha visto sometido a una
situación estresante. El padre o la madre no pueden hacer un diagnóstico de
estrés, pero sí pueden identificar aquellos síntomas que el niño no presentaba anteriormente.
Cuando un chico reporta pesadillas recurrentes, manifiesta cambios en hábitos
alimentarios, siente miedo repentino a la oscuridad o se encuentra reacio a
participar en actividades escolares, es motivo para que la familia analice el
entorno del pequeño y trate de identificar qué situación está originando las
variaciones en su organismo.
Aunque los padres no puedan predecir la forma en que un niño
reaccionará ante un evento determinado, conviene que éstos conozcan los acontecimientos
que con frecuencia son potencialmente estresantes durante la infancia, tales
como las experiencias nuevas, miedo a los resultados impredecibles, sensaciones
no placenteras, necesidades o deseos no satisfechos y pérdidas. Se aconseja
confrontar a los niños con la realidad y no ocultarles información porque eso
los podría confundir más. Aclarar y verbalizar es la mejor de las terapias.
Tanto padres como maestros deben ser sinceros y saber explicar sólo lo que el
niño pregunta. Siempre es bueno darle alguna esperanza, pero sin crear falsas
expectativas que puedan desilusionarlo.
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